José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, noviembre 03, 2025

Las apuestas críticas de Cecilia Ansaldo


Cecilia Ansaldo Briones, Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, prólogo, selección y notas de Raúl Serrano Sánchez (Cuenca: Casa Editora Universidad del Azuay, 2025). (Foto: R. Vallejo, 2025).

Ha sido maestra desde siempre y su magisterio en la literatura ha dado frutos en la obra de algunas escritoras y escritores de hoy, entre los que me cuento, y, por supuesto en una infinidad de lectoras y lectores. Anima la fiesta de la lectura y el libro desde su asesoría académica en los contenidos de la Feria Internacional del Libro de Guayaquil. Ha difundido las novedades literarias en sus columnas de reseña en revistas y periódicos del país. Y, asimismo, es una voz autorizada y lúcida en el ámbito de la crítica literaria del Ecuador. Me refiero a Cecilia Ansaldo Briones (Guayaquil, 1949), que acaba de publicar una recopilación de sus trabajos críticos con el sugerente título de Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, un libro que se convertirá en páginas de consulta indispensable para quienes estudian nuestra literatura.[1]

En esta recopilación de los textos críticos de Cecilia Ansaldo encontramos su amplio, acucioso y profundo recorrido sobre el cuento ecuatoriano desde sus orígenes hasta las publicaciones contemporáneas. Los estudios que Cecilia ha llevado a cabo a través de algunos años dan cuenta de una las más completas lecturas críticas de la producción cuentística del país. La mirada crítica incluye una reflexión continua sobre la teoría del cuento, en tanto género literario con identidad propia al marcar distancia con la formulación de Wolfgang Kayser —que decía que este no era un género en sí— y sostener lo contrario: «creemos que es criatura con plena independencia y con tal venerable antigüedad, que la discusión se da —a estas alturas de la ciencia literaria— por descartada». Cecilia, que dice que «el cuento es arte para la sugerencia», lo describe así:

 

Al elegir como material narrativo un suceso, una situación, una experiencia; su estructura descansa en una condensación de elementos que lo vincula a los efectos de intensidad y casi temporalidad pura de la poesía; la organización de estos elementos, aunque no fijada preceptivamente, tiene su carácter propio de asociación y correlación cerrada. (52-53)

 

Un señalamiento obligado para la construcción de nuestro canon lo encontramos en el prólogo de su antología Cuento contigo (1993), en el que rescata del olvido a la escritora guayaquileña Elysa Ayala (1879-1956), cuyas obras desperdigadas en revistas y periódicos no habían sido recogidas antes en ninguna otra antología. Sobre Ayala dice: «… los tres cuentos de ella que he podido leer acusan las más claras características del género cuentístico, y la temática que cultivó en ellos la identifican como escritora en la línea del futuro realismo» (104).

En esta recopilación de los ensayos de Cecilia Ansaldo también encontramos su recorrido por algunos clásicos de nuestro canon que incluye un estudio sobre la faceta de narrador de Medardo Ángel Silva, ahondando en su novelina María Jesús; otro sobre la novelística de Alfredo Pareja Diezcanseco, de quien, además de su extensa obra novelística, destaca el sentido experimental y contemporáneo de Las pequeñas estaturas y La Manticora; un lectura analítica que ilumina el cuento «Chumbote», de José de la Cuadra; una mirada al Jorgenrique Adoum poeta, novelista y articulista; y a la literatura de Rafael Díaz Ycaza. A este último, de quien se conmemora en este 2025 el centenario de su natalicio, le dedica un amplio estudio, de una obra que abarca varios géneros, sobre la que sintetiza lo siguiente: «Poeta buceador del mar, narrador de su ciudad, articulista agudo, estas y otras facetas convergen en Rafael Díaz Ycaza, escritor que ha dedicado toda su vida al indeclinable oficio de volcar en la palabra tanto el testimonio como los sueños, su enorme sensibilidad de hombre solidario así como su necesidad de convertir en ficciones sus constantes luchas con la realidad» (199).

El libro también apuesta por el posicionamiento canónico de autores con una obra producida desde el último tercio del siglo veinte y lo que va del presente. Así, en su ensayo «“Ignívoro volcán” o los fuegos literarios de Jorge Dávila Vázquez» tenemos una visión que engloba la obra prolífica del autor cuencano que tiene en María Joaquina en la vida y en la muerte, una novela excepcional, así como una cuentística de la que Cecilia, que lo llama «un maestro del relato breve» (225), destaca Las criaturas de la noche; además de su obra dramatúrgica, ensayística y poética. Asimismo, encontramos «El Rincón de los Justos: novelas de la marginalidad», un ensayo canónico sobre la novela de Jorge Velasco Mackenzie, en el que, ya entonces, advertía con lucidez: «Esta literatura de la marginalidad enrique el presente literario del Ecuador, pero se acerca a un límite, después del cual los escritores tendrán que encontrar otros derroteros» (245).

La sección se complementa con artículos sobre la novela Sueños de lobos, de Abdón Ubidia, de la que dice: «Nostalgia, desencanto, soledad, contradicción. En Sueño de lobos se cifran los síntomas de una etapa y de un país. Y en mi reciente lectura, aprecio, también, las luchas interiores en el mantenimiento de la masculinidad» (265); también sobre Mientras llega el día, la luminosa novela histórica de Juan Valdano con la que, según Cecilia, «maduraremos hasta aceptar en los términos adecuados nuestro mestizaje, creceremos hacia la construcción de un gobierno justo, abonaremos el terreno necesario para saber quiénes somos a costa de tener claro cómo hemos sido» (278).

Además, sendos artículos sobre La luna nómada, de Leonardo Valencia, y su relación con el conjunto de su obra, de la que concluye que sus textos: «[…] recorren los caminos de mundo: Roma, China, India, las islas Galápagos, La Habana, Guayaquil son los enclaves de ficciones minuciosas, retratadas con los datos necesarios sobre los marcos culturales elegidos» (287); una visión de conjunto sobre la novelística de Ernesto Carrión, de la que señala que «Guayaquil y su amplio y disímil paisaje urbano es la plataforma preferida de sus ficciones […] Guayaquil es un madeja sobre la que se enrollan y desenrollan hilos pretéritos, para crearle un rostro y una identidad, para oírla respirar como un pulmón agitado y abrirle al lector sus verdades acalladas» (290); y, también, sobre tres textos de Marcelo Báez Meza: El gabinete del doctor Cineman, singular y lúdica reflexión sobre cine; El viajero inmóvil, su antojolía poética, y Otra vez Amarilis, una novela de radical juego metaficcional, escrita a partir de una rigurosa investigación literaria y con humor inteligente; de ella, dice Cecilia: «El pretexto [la invención de la vida de Márgara Sáenz, la poeta ecuatoriana que, a su vez, fue inventada como una broma de tres poetas peruanos] deja secuela muy ricas en el trabajo de Báez, vericuetos sugerentes de cómo la vida imita a la literatura, de cuánta ligazón hay entre autores y obras de puntos distantes del planeta, y en la medida en que se acerca al presente, los hechos pueden vincularse cuando hay detrás un demiurgo que los aproxima» (306).

Raúl Serrano Sánchez, a quien le debemos el prólogo, la selección y las notas de Apuestas críticas, dice que, en los años ochenta, cuando él todavía vivía en su natal Arenillas, le pedía a su padre que le comprara la revista Vistazo en sus viajes a Guayaquil. La razón del pedido era su avidez por leer la sección en donde Cecilia Ansaldo comentaba libros de literatura ecuatoriana y latinoamericana, y recuerda, agradecido, de qué manera estos artículos de Cecilia estimularon al lector en formación que entonces él era. Y es que otra labor permanente de Cecilia Ansaldo ha sido la de reseñar las novedades literarias. Además de su columna en Vistazo, Lo hizo también en la revista Tiempo Libre y lo continúa haciendo en su columna de diario El Universo.

Varios textos del arte de la reseña, una escritura que combina el tono de difusión con la profundidad del análisis literario y que Cecilia domina, los encontramos en la sección «Escritoras de lo pequeño y lo grande», en donde comentan libros de Carolina Andrade, «Soy admiradora apasionada de Revista y revuelta (2003), esa colección orgánica concebida como un magazín con historias independientes entre sí» (361); Gabriela Alemán, «Me detengo en el binomio salud-enfermedad [de Humo] que forma parte del núcleo narrativo: la expansión del dolor y de la muerte, como correlato de la guerra también ilustran una capacidad descriptiva elocuente y detallada» (367); Mónica Ojeda, «Nefando es una novela de la oscuridad del ser, una exploración del dolor gratuito, de la sexualidad destructora, de la anarquía que la vida puede seguir teniendo detrás de sus máscaras civilizatorias» (369); Alicia Ortega, «Para el estudioso de la literatura ecuatoriana [Fuga hacia adentro] es una puesta al día de sus asentados conocimientos de un siglo de novela de nuestro país, pero llevándolo de la mano a que haga conexiones y a que integre lo fragmentario del listado de obras y autores, a una visión macro de la historia y los procesos de desarrollo político-sociales del Ecuador» (372); María Fernanda Ampuero, «Fernanda da testimonios [en Sacrificios humanos]. Cuenta sobre su infancia —cuántas niñas y muchachas entre su humanidad literaria—, sobre su familia y barrio, sobre su experiencia migrante y su militancia feminista» (376); Solange Rodríguez, «Otra vez me atrapa la lectura de un buen libro de cuentos [El demonio de la escritura], otra vez son 13 y por repetida ocasión es de una escritora guayaquileña a quien le tengo viva admiración» (379), y Natalia García Freire, «Impresiona el suave pero firme estilo de la escritora para crear un tejido de palabras cargadas de hálito poético y capaces de levantar un copioso simbolismo con reminiscencias clásicas y bíblicas [Nuestra piel muerta]» (382). En este punto destaco el acierto de juntar en este capítulo, la amplia y estimulante visión de Cecilia Ansaldo sobre la literatura actual escrita por mujeres.

En muchos de sus trabajos críticos, Cecilia Ansaldo ha privilegiado la perspectiva feminista para iluminar las obras literarias y ha desarrollado una certera pedagogía para sensibilizar y concienciar a sus lectores al respecto. En su ponencia «Una mirada “otra” a ciertos personajes femeninos de la narrativa ecuatoriana» (1995), explica con claridad algunas premisas generales de la ginocrítica, entre las que cito tres: «[1] El análisis literario no puede ser neutral: es un análisis político que saca a la luz las prácticas del sexismo para concientizar sobre su erradicación. [2] La ginocrítica cuenta con la separación sexo y género y sostiene que toda escritura-lectura está marcada por el género. [3] El apoyo interdisciplinario para el análisis feminista también debe salir de unas ciencias humanas feministas […]» (115).

La ponencia citada arriba analiza el tratamiento que los escritores han dado a los personajes femeninos en La emancipada, de Miguel Riofrío; Cumandá, de Juan León Mera; A la Costa, de Luis A. Martínez; Débora, de Pablo Palacio; La Tigra, de José de la Cuadra; y Baldomera, de Alfredo Pareja Diezcanseco, y, luego de un minucioso trabajo textual, concluye, entre otros puntos: «Que los personajes femeninos que emergen de las obras de los primeros narradores de nuestra literatura no son auténticos personajes de ruptura, a pesar de las intenciones de sus autores. Cada uno de ellos ha sido víctima […] de una reducida, equivocada o simplísima concepción de lo femenino, que los llevó al fracaso o a la muerte» (132). Lo que no significa desconocer el valor literario de las obras mencionadas, pero sí señalar las limitaciones de los prejuicios de su época en la visión sobre la situación de la mujer en la sociedad.

            En el prólogo de Cuentan las mujeres. Antología de narradoras ecuatorianas (2001), Cecilia Ansaldo reflexiona sobre la necesidad de posicionar la literatura escrita por mujeres en el seno de una sociedad patriarcal y, con lucidez, plantea que «hay un grave riesgo en la agrupación excluyente de sus obras que consiste en dar la imagen de que las autoras escriben sobre asuntos de mujeres y para mujeres […] que lo universal es masculino […] y que lo femenino se centra en campos tan específicos, tan particulares, que esa perspectiva no es transferible a las vivencias de lo humano» (139). Pero, superado el riesgo, la apuesta por una antología de escritoras es, tanto en su momento como ahora, una necesidad crítica para entender las propuestas literarias de hoy en toda su extensión. En Cuentan las mujeres, Ansaldo combina el género de sus autoras con las propuestas estéticas de sus cuentos y, así como en 1993, ella nos descubrió a Elysa Ayala, en esta antología de 2001, la crítica apuesta por la voz nueva de Solange Rodríguez (1976), la más joven de las antologadas, que hoy es una presencia indiscutible de nuestra narrativa.

            La apuesta de Cecilia Ansaldo por la literatura escrita por mujeres incluye, en esta colección de ensayos, dos trabajos académicos de primer orden. El uno, que cierra este libro, es «“Finjamos que soy feliz”: recado de Sor Juana a Juan León Mera», que fue su discurso de ingreso como miembro correspondiente a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, el 4 de marzo de 2015; en él, como en una tertulia literaria, Cecilia hace observaciones precisas al trabajo pionero de Mera sobre Sor Juana, que ella pondera, de tal manera que la lectura de la tradición crítica gana en profundidad. El otro es «De la voz armoniosa y profunda: mujer y poesía en la obra de María Piedad Castillo de Leví y Aurora Estrada I Ayala», que fue su discurso de ingreso como miembro de número a la AEL, para ocupar la silla H, el 7 de julio de 2022. Cecilia analiza la poesía de las dos escritoras, ubicada en la tendencia del Modernismo, y, al señalar el poco conocimiento que se tiene sobre la obra de ambas, confronta a la tradición crítica: «He llenado tardíamente mi propio desconocimiento de la literatura con sus obras y culpo a la ceguera de los historiadores, al egoísmo de los críticos y tal vez, peor, a la proverbial misoginia de los estudios literarios. ¿Por qué sus nombres no afloran junto a los modernistas que en las listas se agostan con la Generación Decapitada?» (401-402).

            Esta recopilación se cierra con una sección en la que se extiende el espacio de los ensayos hacia lo iberoamericano: un ensayo sobre José Martí, en la celebración del sesquicentenario de su natalicio, de quien dice que «fue un intelectual y un prócer, un artista y un activista político. Fue, en pocas palabras, un ser humano extraordinario» (435). Y, no podía faltar, una exquisita reflexión sobre El Quijote, del que Cecilia es una lectora especializada, a partir de los objetos simbólicos del hombre de La Mancha: aquellos con los que se arma como caballero, y aquellos otros que dan paso a las aventuras, como la bacía que por fantasía del Quijote se convierte en el yelmo de Mambrino y otros; también aborda la cuestión de los lectores que existen en la novela de Cervantes y, sobre todo, el juego metatextual que ocurre en la segunda parte: «Creo que en esta elección —de las infinitas que le suponen a un narrador componer una novela— Cervantes lleva el objeto libro a la cumbre de sus capacidades de objeto de arte y cultura: es medio de representación, ingresa a la vida concreta como entretenimiento, enseñanza y simbolización; al desprevenido lector, engaña; al ágil y dialogante, revela y completa. Libro fetiche, libro caja de Pandora, libro que abre cuevas con otra clase de mundos» (455).

            He dejado para el final, por modestia y pudor, la mención del capítulo que Cecilia dedica a mi literatura: desde la aparición de Solo de palabras (1992), pasando por Acoso textual (1999), un estudio general sobre la presencia de lo erótico en mi narrativa, El alma en los labios (2003), El perpetuo exiliado (2016), hasta Gabriel(a) (2019). En este punto, solamente me queda agradecer a la crítica, con emoción y afecto, por la lectura generosa con la que ha acompañado el desarrollo de mi obra.

            Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, de Cecilia Ansaldo Briones, es un libro que estábamos esperando con ansia en el campo de los estudios literarios, por cuanto reúne los textos fundamentales, que hasta hoy habían aparecido de manera dispersa, de una estudiosa cuyo nombre es referencia obligada en el mundo académico. Y, no está por demás decirlo, las apuestas críticas de Cecilia Ansaldo Briones son de referencia imprescindible en nuestra tradición crítica, así como una contribución indiscutible a la difusión de la literatura ecuatoriana.


[1] Cecilia Ansaldo Briones, Apuestas críticas. Ensayos sobre literatura ecuatoriana, prólogo, selección y notas de Raúl Serrano Sánchez (Cuenca: Casa Editora Universidad del Azuay, 2025). El cuidado de la edición estuvo a cargo del poeta Cristóbal Zapata.

 

lunes, octubre 27, 2025

La poesía es una declaración de fe y un acto de resistencia

El miércoles 15 de octubre de 2025 recibí la Medalla Fray Luis de León de Poesía Iberoamericana otorgada por el Encuentro de Poetas Iberoamericanos 2025 y el Ayuntamiento de Salamanca. Esta entrada es un extracto del discurso que ofrecí en aquella ocasión centrado en la poesía y la piratería de la inteligencia artificial.

En la cátedra de Fray Luis de León, en el Edificio de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca, el 13 de octubre de 2025. (Foto: Josefina Aguilar Recuenco)
 

Un poema, en su íntima esencialidad, es una declaración de fe en la acción de la palabra y, hoy, más que nunca, un acto de resistencia contra las engañifas de la inteligencia artificial que pretende ser aplicada para la creación literaria. La escritura requiere del sosiego de la soledad, del tiempo satisfactorio y angustioso que implica el proceso creativo, de esa confrontación silenciosa y permanente con el lenguaje para que la palabra poética sea la chispa de esa iluminación que sucede en quien lee. La voz poética, de alguna manera, es una voz esplendente de la comunidad, es esa voz capaz de cantar al amor y sus vicisitudes, a la existencia del ser humano en medio de la soledad y la duda, a la celebración del tiempo de fiesta y la contemplación del mundo, o a la vida frente al horror de la guerra.

El humano oficio de la poesía, escritura personal y comunitaria, requiere de la experiencia vital y de la exploración del lenguaje, que se encarnan en la palabra poética, voz original y única que, al mismo tiempo, está marcada por la herencia de la tradición. Quienes escribimos poesía somos conscientes de que en la palabra poética cobran sentido la celebración de la vida y la aceptación de nuestra finitud.

La apropiación del saber humano por parte de la inteligencia artificial es el acto de piratería no solo más descarado sino el más aplaudido en estos tiempos líquidos, para utilizar la lúcida caracterización de Zygmunt Bauman de esta nueva modernidad. En nombre de la diosa tecnología prolifera el plagio del conocimiento generado por la especia humana y también su falsificación en forma de literatura experimental. Quienes pretenden convertirse en gente que escribe y delegan las tareas de la escritura al ChatGPT aparecen como creativos de vanguardia, pero en lo esencial, son unos bucaneros inescrupulosos del lenguaje. No es en el texto generado por un transformador pre-entrenado que está plagiando la literatura de la humanidad al acelerado ritmo de los prompts, sino en el cerebro de quienes escribimos y de quienes leemos en donde se produce el encuentro placentero con la palabra poética.

Un estudio de la Universidad de Pittsburg, divulgado por el portal digital de la Deutsche Welle, en noviembre de 2024, decía que un experimento con un grupo de lectores no acostumbrados a leer poesía demostró que eran incapaces de distinguir poemas de Emily Dickinson o T. S. Elliot de aquellos generados por IA y, lo que es más preocupante, que preferían los textos de la IA que, en realidad, eran imitación de aquellos poetas. Solo si se desconoce la infinita carga espiritual y la mirada sensible sobre el mundo, el cúmulo de obsesiones y dudas, la aparición de lo significativo e insospechado, y se prefiere la mecanización de la palabra basada en el Modelo de Lenguaje Grande (Large Language Models, LLM), que se apropia del lenguaje humano para imitarlo, estaríamos a las puertas de una distopía en la que quienes lean preferirán la falsificación de la poesía por sobre su escritura original.

No se confunda lo que digo con un rechazo visceral a una herramienta tecnológica que nos facilita la investigación y contribuye a la corrección del texto, aunque con una carga de clichés de corrección política que una caterva de ingenieros ha programado en aquella. Lo que me entristece es el festejo del post-humanismo y la asunción con algarabía de un mundo en el que los robots reemplacen la creación poética del ser humano basados en la piratería intelectual que la IA hoy perpetra aleve sobre el lenguaje creado por esos humanos a quienes pretenden reemplazar con el beneplácito de los mismos humanos.

Dios, el amor, la vida y la muerte carecerían de sentido sin la existencia de la poesía que los nomina, por tanto, debemos entender y asumir las tareas de la resistencia que están imbricadas en las voces poéticas de la comunidad de la que somos parte. Parafraseando a Unamuno, en estos tiempos de la agonía de la poesía, la militancia por su permanencia se vuelve radical y el ansia por reafirmar su existencia en cada poema escrito con inteligencia natural un imperativo no solo estético, sino, fundamentalmente, ético porque la agonía de la poesía es la agonía del ser humano.

 

El discurso completo está en este enlace:

La poesía es una declaración de fe y un acto de resistencia.

lunes, octubre 20, 2025

Oficiantes de la poesía en Salamanca

En Salamanca, del 12 al 15 de octubre, con el lema Bajo la sombra de los vencejos, se desarrolló el XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, coordinado por el tan generoso como infatigable poeta Alfredo Pérez Alencart. El encuentro rindió homenaje a Carmen Martín Gaite (1925-2000) en su centenario; a Gabriel Chávez Casazola, de Bolivia, y Carlos Aganzo, de España. Asimismo, Salvador Madrid, de Honduras, y Juan Carlos Mestre, de España, fueron reconocidos como Huéspedes Distinguidos de Salamanca, y yo recibí la Medalla Fray Luis de León de Poesía Hispanoamericana.

El ciego y el lazarillo, a orillas del río Tormes, en el puente romano, Salamanca. (Foto: R. Vallejo, 2025)

Con el ciego y el lazarillo, a orillas del río Tormes

 

Cuenta Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, que a su madre que estaba en el molino, situado en el cauce del río, le tocó el parto una noche: «Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre».[1] Lázaro, ya de ocho años, es entregado al ciego, su primer amo. Antes de salir de Salamanca, se detienen frente al animal de piedra parecido a un toro, a la entrada del puente romano, y el ciego le dice al niño que pegue su oreja al animal para que oiga un gran ruido dentro. «Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabaza en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome: —Necio, aprende: que el mozo de un ciego un punto ha de saber más que el diablo. Y rio mucho de la burla». (28)

Nada más mirar la escultura de bronce del ciego y el lazarillo, a orillas del río Tormes, junto a la escultura del animal de piedra, que toda mi adolescencia lectora apareció ante mí: entonces, recordé que mi ñaño Tito me regalaba semanalmente los Clásicos Ariel de la Literatura Ecuatoriana, la Biblioteca Básica Salvat y otros libros. Mientras contemplaba la escultura, el monumento y el río, la emoción bullía en mi adentro por esa posibilidad de vivir con mis sentidos, lo que imaginé con mi lectura adolescente. Mi ñaño ya no está en este mundo, pero permanece conmigo en el ejemplar del Lazarillo que aún conservo subrayado y anotado con la manía del solitario que empieza a descubrir el mundo que palpita en la literatura. Intuía la poesía en el mundo y la poesía se develaba ante mí en los libros.

 

Cátedra de Fray Luis de León en la Universidad de Salamanca (Foto: R.Vallejo, 2025)
 
 En la cátedra de Fray Luis de León

 

            Los malquerientes de Fray Luis de León lograron que la Inquisición lo encarcelara por casi cinco años por su trabajo intelectual. La traducción del Cantar de Cantares del hebreo directamente al castellano y su afán hermenéutico sobre los textos bíblicos desde la lengua original antes que desde la Vulgata de San Jerónimo fueron consideradas posiciones heréticas. Ese mismo Cantar que, siglos más tarde, resuena en los versos de Paola Valverde Alier, de Costa Rica, cuando canta al amado en alas de murciélagos: «Dame tu miel embravecida. / Tu miel de rapadura; / dulce y punzante. / Tu miel agreste. / Tu miel blanca. // Quiero el néctar, / la corola, / bajar al cáliz de la flor. / Frotar mi cara en el polen. / Pincharme con tus espinas».[2]

El domingo 12, visitamos el aula en donde Fray Luis impartía cátedra. La soledad del aula, que olía a siglos de saber, estaba poblada de seres invisibles que, a través del tiempo, permanecen atentos a lo que el fraile decía ayer y que nos ha legado hasta nuestro presente. Así lo cree Alfredo Pérez Alencart: «Pasa que pernocto Salamanca solo para que Fray Luis / se me descuelgue desde el recuerdo carnoso de sus liras, / desde su cuaderno de deberes que va cayendo —siemprevivo— / esta noche arrugada en que le planto conversa».[3]

Sucede, además, que el artista Miguel Elías ha plasmado en el lienzo a un Fray Luis en púrpura luminoso de trazos expresionistas y yo lo recibo como parte de un inmenso e inesperado honor por causa del modesto quehacer literario que me define como persona. Y pienso en Fray Luis y su amigo Francisco Salinas, el músico ciego, que, al decir poético de Carlos Aganzo: «Toca el órgano / cual si tocara nubes en un cielo / de ardiente oscuridad. // Luz no usada, decía / Fray Luis cuando escuchaba / en la memoria el gozo de Salinas». (35)

 

El espíritu de Unamuno

 

            Miguel de Unamuno es parte de la historia no solo de la Universidad de Salamanca, sino de la esperanza del ser humano y su resistencia contra al fascismo. El 12 de octubre de 1936, pronunció sus célebres palabras antes la arremetida brutal del general Millán-Astray que al grito de «¡Mueran los intelectuales! y «¡Viva la muerte!» interrumpió su discurso de orden como rector. Enfrentando al tumulto que ocasionó la virulencia de los gritos fascistas, Unamuno concluyó: 

 

Acabo de oír el grito de ¡viva la muerte! Esto suena lo mismo que ¡muera la vida! Y yo, que me he pasado toda mi vida creando paradojas que enojaban a los que no las comprendían, he de deciros como autoridad en la materia que esa paradoja me parece ridícula y repelente […] Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta en esta lucha: razón y derecho.

 

Lo recuerdo ante el aula que lleva su nombre, pero quiero recordarlo más en un poema de Gabriel Chávez Casazola que evoca a Miguel de Unamuno así: «Por si no hay otra vida después de esta / haz de modo que sea una injusticia / nuestra aniquilación; de la avaricia / de Dios sea tu vida una protesta». (75) Y esa fuerza del lenguaje, esa verdad paradojal de la poesía, esa persistencia del martillo sobre el herraje apoyado en el yunque cuando se convierte en el sonido azul de las campanas es, asimismo, celebración del intelecto al que apela el magisterio de Unamuno y que encuentro en estos versos de María Ángeles Pérez López: «Las palabras también piden ser viento / que arrase los paisajes de la usura, / también piden ser fuego y tolvanera, / respingo que celebra en su osadía / la roja ceremonia de vivir».[4]  

 

Biblioteca,, U de Salamanca (Foto: R-Vallejo) 
Hai excomunión reservada a su Santidad…

 

            El martes 14, temprano en la mañana, visitamos la Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca. Se encuentran ahí los famosos incunables del siglo XV al igual que más de sesenta mil ejemplares salvados de la carcoma del tiempo, y se respira ese polvillo invisible que se desprende de las páginas del saber acumulado de los siglos. Manuscritos, documentos, mapas, libros, la palabra en el papel iluminado como memoria de un mundo que le ha legado un saber antiguo al mundo de hoy. Y, nosotros, herederos de tanto pensamiento, de tantos sentires, de tanto asombro, marcados por la persistencia de la escritura.

            El hondureño José Antonio Funes contempla los estantes y su mirada se enciende porque sabe de la complicidad y los afectos que los libros encierran en el lugar preciso: «La casa se hacía cada vez más pequeña. / Mis libros, los advenedizos, / iban incomodando, / ganaban espacio a los muebles, desplazaban a los objetos […]  Tuve que huir con ellos, / asilarnos en casa de amigos donde a los tres días apestábamos […] Hoy me defienden de esta soledad donde la casa es grande, / cierran filas, centinelas de mis sueños».[5]

            En las esquinas de la biblioteca, la severidad del claustro anuncia, no sin que nos llegue el mensaje con cierta ironía contemporánea, pues hoy se dice que nadie roba libros, sino que los expropia: hai excomunion / reservada a su santidad / contra qualesquiera personas, / que quitaren, distraxeren, o de otro cualquier modo / enagenaren algun libro, / pergamino, o papel / de esta bibliotheca, / sin que puedan ser absueltas / hasta que esta esté perfectamente reintegrada. 

 

Una diversidad de versos que aún resuenan en mí

 

 

Retrato de familia, XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, frente a la entrada principal de la Universidad de Salamanca, (Foto: Luis Aguiar, 2025)

            Un encuentro de poetas es una celebración de la poesía y sus diversas formas expresivas: que la variedad del mundo sea posible en cada verso y que los más distintos tipos de poemas sean una posibilidad para la existencia de la poesía es una fiesta sin fin de la palabra y las más disímiles formas de su belleza.

            La incertidumbre es una arista de la poética del colombiano Alejandro Cortés González, que con La luz de la vida detenida, ganó el XII Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador: «La poesía que leo me ha quemado los ojos / La poesía que rayo me ha quemado los huesos / Cuerpo que dibuja en el piso las fronteras de su propio cadáver // Ahora que soy ceguera de vísceras frente al precipicio / Ahora que me abismo ante espejos negros // ¿De dónde me sostengo».[6] Y esa incertidumbre lo lleva a indagar en la poesía de varios de quienes lo antecedieron —Dylan Thomas, María Luisa Bombal, Ernesto Cardenal, Sylvia Plath, etc.— hasta alcanzar a su coterránea María Mercedes Carranza, que regresa a su casa después de morir: «La cortina tiene el peso de las moscas / lentas / gordas / perezosas / No hay corriente que las espante / Moscas a contraluz de los velos […] No hace falta hablar para construir a alguien / En esta casa de moscas ya se dijo la última palabra» (83-84).

            Josefina Aguilar Recuenco nos leyó algunos pasajes de Leonora dentro, XLII Premio Leonor de Poesía 2023. Se trata de un poemario que tiene la cualidad de estremecer de manera sostenida y profunda a través de un texto poético que es un extenso alegato desde el interior de la lúcida locura de la pintora Leonora Carrington, que fue internada en un sanatorio psiquiátrico, en Santander, en 1940. Uno se encuentra en cada página con versos tan conmovedores como este: «Llamo a todas las coníferas a mi cama  Una orgía de bosque puede arder de blanco  Ellos dejan que pasen la noche conmigo  Mi cama se hunde de bosque  /  Ellos creen que mi bosque está sujeto por sus débiles camisas de fuerza».[7] La insania de la creación artística, el fluir alucinado de la mente brillante, el dolor de estar atrapado en la prisión de la mente a donde todo confluye y en donde todo se mezcla: «Leonora con cinco clavos al costado del mar  Cinco clavos en la muñeca para que pinte monstruos, los monstruos de la nana mexicana  Cinco es el número donde resucito después de Cristo» (55). Y en el poemario, todo se precipita sin sosiego hacia la sima de aquel abismo en donde se estrella la lucidez enajenada, la paradoja trágica de ser consciente de la locura. Lo sabemos, pero vale la pena recordarlo: eran los tiempos del fascismo y Leonora sufrió una violación grupal de los requetés y la separación de Max Ernst, cuando este fue enviado al campo de concentración de Les Milles por los nazis que ocuparon Francia. Leonora necesita sanar, pero para sanar debe volver de aquel inframundo del sanatorio: «Leonora al fondo del vaso. Leonora al fondo del bosque aúlla con piedra de lobo Aúlla con agua de nube  Tiene dientes para el ratón y diente para el hombrecito que sale de casa y cierra la ventana  Para que todo el universo entre por ella» (74-75). Y ella escapará del sanatorio, regresará de aquella nada con el poder de una sacerdotisa que ha dejado atrás el abismo de la locura y vuela: «Mi habitación de alquimista tiene fiebre de pájaros  Soy ese pájaro de plomo que vuela en oro» (107).

            Versos piadosos y apasionados, versos limpios y luminosos que dan cuenta de una tradición y sus rupturas: «Cada isla es escala, / cada marea viaje, / cada colina ancla, / cada almendro amarre, / cada puerto la posibilidad / de una nueva travesía. // Odiseo fue el primero, / tras él embarcamos todos».[8] El arte de Maru Bernal no solo reside en la manera como su cuerpo interpreta su poesía, sino en la reescritura de la mitología griega. No todos volvimos de Troya, XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca, es una particular teogonía de viajeros que perennizan los mitos. Ellos nos interrogan desde la antigüedad porque las preguntas continúan siendo las mismas y, a su vez, distintas: somos viajeros extraviados, sedientos de verdad y necesitados de expiar nuestras culpas, igual hoy que ayer. ¿Es posible que Jasón vuelva al lecho de Medea? ¿Es posible evitar la tragedia del abandono y el crimen? ¿Habrán transcurrido los siglos en vano? «Pero Medea había ensanchado de caderas / y la preciada túnica se apolillaba en el arcón. / Quizá la culpa fuera de sus pechos caídos, / de la piel agrietada, / de ese rictus amargo, / de una sonrisa siempre crispada. / “¡Cuesta ser extranjera en tierra bárbara!”» (49).

           

Teatro Liceo de Salamanca. Escenario de la ceremonia inaugural del XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos y de los recitales del 12 y 13 de octubre de 2025. (Foto: Josefina Aguilar Recuenco)

Verónica Delgadillo (Bolivia) sabe del verso preciso imbricado en la imagen de una «Mujer inmóvil en la ventana»: «A veces basta un solo verso / para coser lo que / la noche desgarró».[9] Jorge Hurtado (Perú) da cuenta de la dureza de la vida y la poesía: «…un mundo donde la enajenación / es deslumbrante / y mi cadáver, bajo un árbol pétreo: / un chorro de palabras» (204). Marta Eloy Cichoka (Polonia), nos descubre lo que sucede tras una anomalía de la virtualidad y nos propone otra forma de confrontar al mundo: «hay que tener los ojos muy abiertos / para ver las cosas como son // pero hay que tener los ojos bien cerrados / para ver lo que se esconde detrás» (166). Alejandro Banda (Chile), que conoce el arte de juglares, expone y disecciona las huellas transeúntes en su patria: «Los ecos son difíciles de asir en Valparaíso / de repetir como únicos / de tomarlos en el aire / y regresarlos a la arboleda […] Del recuerdo se desgajan / los ecos militantes / los ecos que meditan / que intentan, que crecen: / son tomados por el viento» (156).

Dennis Ávila (Honduras), migrante por amor, se internó en la montaña para ofrecernos la revelación que le entregó comunicación íntima con la naturaleza en Los excesos milenarios, VII Premio Internacional de Poesía Pilar Fernández Labrador: «Hay un epicentro en el felino que creo que lo desiertos. // Cámara lenta el alud, / cuarto de máquinas un volcán […] Las deidades olviden lamerse / como jaguares / en su instante sabático. // El planeta resiente cada paso. / Hay un felino en el epicentro de sus días».[10]  Leocádia Regalado (Portugal) habla de la nostalgia y los recuerdos que se anclan a lo cotidiano: «Desde lejos / me acerco a esos aires / que se impregnan cada día más / en esta espera del ansiado regreso / a las cosas sencillas / y sinceras / de la isla» (37). Clara Schoenborn (Colombia) indaga la condición de mujer en sus versos y también los dolores de su país, con una palabra que fluye sencilla y profunda: «Nunca pensamos en los buitres / hasta la mañana en que nos masacraron. // Nadie nos dijo que hablarían en nuestra lengua, / que nos bailarían majestuosos la danza del adiós […] A qué hora terminará su ceremonia, / tal vez cuando nuestros ojos / se sumen a la redondez del cielo» (178).

            Podría seguir ejemplificando la variedad expresiva de los oficiantes de la poesía que participaron del encuentro. Esta crónica se ha vuelto excesiva, a lo mejor porque la poesía es un torrente de agua fresca que fluye inagotable sobre el desierto de un mundo hostil con la palabra poética. Una hostilidad que atraviesa los tiempos, tal vez porque la poesía confronta al ser humano con la única certeza posible que es su finitud. Y termino esta crónica con la plegaria que eleva Mar Russo (Argentina) a una línea familiar de mujeres que están presentes en ella, igual que la poesía está presente en nuestros espíritus: «Tu acento respira en el mío, / las olas deshacen campanas en su garganta, / y un murmullo inesperado se abre detrás de la puerta: / allí estás, madre, / constelación que aún arde en mi signo. // Abuela Estela abrió la orilla, / vos resguardaste su marea, / y yo, Marisa, me alzo / en corrientes que avivan fuegos antiguos» (129).

 

Colegio y Hospedería Arzobispo Fonseca, lugar de alojamiento del Encuentro (Foto: Josefina Aguilar Recuenco, 2025)
 


[1] Anónimo, Lazarillo de Tormes, y Luis Vélez de Guevara, El diablo cojuelo, edición y notas de Inmaculada Ferrer, prólogo de Francisco Rico, Biblioteca Básica Salvat # 59 (Estela: Salvat Editores, 1971), 25.

[2] Paola Valverde Alier, «Murciélago en el jardín de los agaves», Bajo la sombra de los vencejos, XXVIII Encuentro de Poetas Iberoamericanos, antólogo y director del Encuentro Alfredo Pérez Alencart (Salamanca, EDIFSA, 2025), 217. En las siguientes referencias, lo números entre paréntesis indican la página de esta edición.

[3] Alfredo Pérez Alencart, «Fray Luis aconseja que guarde mi destierro y Álvaro Mutis confirma el final de las sorpresas», Alumbrado público (Ibagué: Caza de Libros, 2023), 7.

[4] María Ángeles Pérez López, Cuerpo y color de la flecha (New York: Nueva York Poetry Press, 2025), 104.

[5] José Antonio Funes, «Un lugar para mis libros», Estación permanente (Pamplona: Editorial Graviola, 2023), 48.

[6] Alejandro Cortés González, La luz de la vida detenida (Salamanca: Ediciones Diputación de Salamanca, 2025), 29.

[7] Josefina Aguilar Recuenco, Leonora dentro (Soria: Diputación de Soria, 2024), 35.

[8] Maru Bernal, No todos volvimos de Troya, 2da ed. (Salamanca: Los versos de Cordelia, 2024), 108.

[9][9] Vero Delgadillo, Honeypot (Santa Cruz de la Sierra: Fruit Salda Shaker / Osvaldo Editorial, 2025), 29.

[10] Dennis Ávila Vargas, Los excesos milenarios (Salamanca: Diputación de Salamanca, 2020), 27.