José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

lunes, septiembre 22, 2025

«No tanto como todos los poemas»: dispersos e inéditos de Jorge Velasco Mackenzie

Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021) (Foto: Durán, 2020)
           En 1981, Jorge Velasco Mackenzie (1948-2021) publicó Algunos tambores que suenen así, un poemario autoeditado, sin pie de imprenta, con ilustración de Pilar Bustos, que él distribuyó entre algunos de sus amigos y que, finalmente, quemó en la terraza del edificio de la Casa de la Cultura, en Guayaquil. No tanto como todos los poemas, de Jorge Velasco Mackenzie, recupera y ordena su obra poética dispersa, incorpora un texto inédito, y reúne sus reflexiones sobre la poesía. Este libro se presentó en la FIL de Guayaquil, y está publicado bajo el sello de Báez Editores y la Academia Ecuatoriana de la Lengua.[1]

            Marcelo Báez Meza que, además de ser un escritor de indispensable lectura es un aplicado y generoso editor, llevó adelante el minucioso y amoroso trabajo de compilación y estudio de la poesía de Velasco Mackenzie. En su texto introductorio —que es una versión ampliada de su discurso de incorporación como miembro Correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua— señala, entre otras conclusiones:

 

Los poemas de Jorge Velasco Mackenzie son manifestaciones de una misma búsqueda artística y personal, dos modos de explorar las mismas profundidades existenciales. Su obra es un buen ejemplo del profundo diálogo entre la poesía y la narrativa […]  El legado de JVM como poeta es el testimonio de un escritor que quizás dejó de escribir poesía, pero que jamás dejó de inyectar lírica en su narrativa. (43 y 44)

            

           Aparte de la reproducción íntegra del poemario incinerado acompañado de una reseña de Sonia Manzano, No tanto como todos los poemas incluye el conjunto «Manual de acción imaginaria» (1978), con el que JVM obtuvo el Segundo Premio del Concurso de Poesía Festival de las Artes Fundación de Guayaquil de dicho año y que apareció en el suplemento Tricolor de diario El Telégrafo, el domingo 6 de agosto de 1978. Asimismo, encontramos en el libro «Confesiones del ebrio inmortal», uno de los poemas más conmovedores y deslumbrantes de la poesía sobre el alcoholismo, que Velasco padeció. El poema fue publicado en la revista Uso de la palabra, en 1984, y años más tarde, Velasco lo incluyó en su novela Tatuaje de náufragos (2009). Hay también algunos poemas que son parte de La casa del fabulante, novela en la que ficcionaliza su experiencia en un centro de rehabilitación para alcohólicos. El libro también entrega «Manual de vidas tatuadas» un poema inédito, de más de 800 versos de arte menor, de tema amatorio. Finalmente, este libro incluye dos reflexiones de JVM sobre poesía: la una es su prólogo para la antología Colectivo (1980), en la que JVM reunió una muestra de veinte años de poesía ecuatoriana (1960-1980) y, la otra, un estudio en tres partes sobre la poesía de Hugo Mayo.

            Mi contribución es el posfacio «Tambores para una poesía perdida», en el que a partir del relato de la búsqueda de un poema perdido de JVM, comparto mi lectura sobre su poesía. El poema extraviado es aquel con el que Velasco Mackenzie ganó el primer premio del Concurso Nacional de Poema Mural, organizado por el Patronato de Bellas Artes, del Municipio de Guayaquil, en 1975. El poema y el cuadro del pintor Jorge Arteaga González (1950) eran de tema erótico, pero tampoco el pintor tiene una foto del cuadro con el texto. La obra debió ser parte de la reserva del Museo Municipal, pero, lamentablemente, al igual que la casi totalidad de los cuadros premiados de dicho concurso que tuvo al menos veinte convocatorias, ha desparecido.

 

            

           Hacer una hoguera con los ejemplares de su poemario es un gesto similar al de Medardo Ángel Silva que incineró la edición de El Árbol del Bien y del Mal al comprobar que no se había vendido un solo ejemplar. Las razones de Velasco para destruir los ¿300? ¿600? ejemplares de Algunos tambores que suenen así no están claras, pero lo cierto es que, hoy día, los ejemplares de este libro son inencontrables. Por ello, No tanto como todos los poemas, de Jorge Velasco Mackenzie, es una joya literaria que, al reunir su poemario incinerado y sus poemas dispersos, complementa la bibliografía de un autor que hizo de la literatura una militancia vital en el arte de la escritura.


[1] Jorge Velasco Mackenzie, No tanto como todos los poemas, introducción, compilación y notas de Marcelo Báez Meza y posfacio de Raúl Vallejo Corral (Quito: Báez Editores / Academia Ecuatoriana de la Lengua, 2025). La presentación, el viernes 19 de septiembre, estuvo a cargo de Cecilia Ansaldo Briones, Marcelo y yo.

 

lunes, septiembre 15, 2025

Iván Oñate ya lo sabía en «Cuando morí»

           

Iván Oñate (1948-2025)
«He fracasado / me he vuelto loco, / tal vez morí el 14 de agosto / del año 2007. // A la una en punto / de la tarde. / Esto es lo que traigo. / El proceso / que ha llevado mi alma».[1] Raúl Serrano, que fue su amigo cercano, me contó que aquel martes el poeta se había subido en una pequeña embarcación, que iba sobrecargada, para un paseo frente a la playa de Atacames. De nada valieron las advertencias que Iván le hizo al operador de la lancha, que negaba el peligro con las risas del temerario que se burla de los temores de los capitalinos frente al mar. Ya habían perdido de vista la costa cuando naufragaron. Los pasajeros, que no tenían chalecos salvavidas, flotaron agarrados al filo de la barca virada hasta que, de casualidad, unos pescadores alcanzaron a verlos y dieron la señal de alarma para el rescate. De esa experiencia cercana a la muerte nació el poemario Cuando morí (2012), de Iván Oñate (Ambato, 17 de marzo de 1948 – Quito, 10 de septiembre de 2025), que es una meditación sobre la finitud y la precariedad de la existencia que descubre, en el instante de una epifanía, aquel que regresa del límite con la muerte, pero sabe que volverá ahí para atravesar de manera definitiva aquella frontera.

            El poemario se abre con una interpelación al Eterno desde la condición de finitud del poeta, en «Al buen Dios»: «¿La muerte? / ¿Qué sabes tú de la muerte?». Parecería que únicamente el ser humano es capaz de conocer el estado de muerte y, aunque Dios todo lo sepa y esté en todas partes, no sabe lo que es dicho estado, ni nunca estará en esa esfera de lo eterno porque Él es inmortal. El ser humano, en cambio, es consciente de la precariedad de su existencia, pero, si al momento de morir todo se acaba, solo conocerá el fin de la vida, pero no la estancia en la muerte. El poeta, sin embargo, la convierte en escritura: «Allá / al final, // verás el cielo / que dejó de estar arriba / y como un dios borracho / descubrirás la profundidad del universo / que se abisma abajo, / siempre abajo. // Es el fin, / allí acaba todo» (123). Y aquel Dios, o su idea, existe siempre para ser interpelado, porque alguien debe ser culpable de la desnudez y el vacío del ser: «Porque Dios / que era el todo / y debía estar / en todas partes. Por un instante, / por un raptus de conmiseración / nos hizo espacio / y nos legó / este terreno baldío, // un asentamiento en la nada»[2].

           


            La sección que lleva el mismo nombre del poemario se abre con el fantaseo de morir por mano propia. Para ello, no es necesario un revólver o una pistola; basta el gesto del dedo índice apuntando a la sien: «Fue un suicidio / íntimo, discreto. // Silencioso» (51). Esa representación gestual del deseo de morir es también una manera de espantarlo y, a la vez, darlo por hecho en el instante silencioso de lo imaginado. En otro texto, el poeta se contempla a sí mismo: cuando nos miramos al espejo vemos nuestro rostro y el de nuestro enemigo, que somos nosotros mismos: «El enemigo que toma cuerpo / con mi miedo. // El enemigo que adquiere rostro, / por fin, / mojado con mi sangre» (62 y 63). En medio de la cercanía con la muerte que le provocó la experiencia del naufragio, el poeta sabe que la muerte no es lo opuesto a la vida sino su complemento fatal y volver de ese lugar es regresar a la nada sagrada, que es el amor, porque «Quien ama más de una vez / También / morirá muchas veces»[3].

Hay un viaje inesperado a lo eterno durante el instante del volcamiento de la nave, en ese momento en el que no se distingue la diferencia entre el mar y el cielo: «Eso que los pilotos llaman / el efecto del muerto. // Quizá yo estaba muerto, bien muerto / y no me daba cuenta» (52). La condición de mortal en la que vivimos está desnuda en la palabra del poeta hasta que despertamos del sueño que somos en vida, lo que implica que hemos topado, por un instante, el territorio eterno de la muerte. Tras la experiencia del naufragio, dice la voz poética: «lo único que atiné a pensar / fue que al fin / conocería / el argumento de ese sueño» (58). Pero estamos solos; somos solitarios de la muerte y solitarios también de la vida, y el poeta, en todo momento, increpando, interpelando, necesitado de Dios, que en su poesía es una ausencia eterna, como el condenado a la horca necesitado de que alguien, en el instante definitivo, corte de un tajo la cuerda: «Hermanos / Parece ser que a Dios / Le cortaron el agua / La luz y el teléfono // Estamos abandonados a nuestra suerte»[4]. Es la orfandad sin consuelo, la soledad más sola del solitario.

Al final resulta que el ansia de la muerte en la poesía es un clamor por la existencia, en la medida en que la escritura da cuenta de que estamos vivos, aunque carezca de optimismo y se sumerja, como en un naufragio, en la angustia de ser que se parece a la profundidad del océano: «La vida se desploma / infamante y solitaria / en su propia nada, / en su callado y devorante / precipicio» (124). Iván Oñate sobrevivió al naufragio aquel mediodía en Atacames, pero ahora, en este instante de duelo y lágrima para los que quedamos en la tierra, nos ha dejado para siempre. Este poema, de aquella experiencia de muerte, es la oración que rezamos en su memoria junto a mi tocayo Raúl Serrano: «Cuando llegue la fecha y su hora // Señor / Te pido // Por un descanso / Sin dolor // Por un dormir / Sin pesadillas // Por un sueño / Con el olvido / garantizado» (42). Que el viaje en el sendero de lo eterno te sea leve.[5]



[1] Iván Oñate, Cuando morí, 2da.ed. (Quito: Mayor Books, 2013), 11. La primera edición de este poemario fue publicada en México por Ediciones Sin Nombre, en 2012.

[2] Iván Oñate, Anatomía del vacío (Quito: Editorial El Conejo, 1988), 11.

[3] Iván Oñate, La nada sagrada (Quito: Corporación Cultura Eskeletra, 1998), 79.

[4] Iván Oñate, El país de las tinieblas (Zacatecas: Ediciones de Medianoche, 2008), 13.

 

[5] Rumbbb… Trrraprrr… rrach… chaz… over, antología poética publicada por El Ángel Editor, en 2022. Ejerció como profesor de Semiótica y Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central del Ecuador. Era director de la revista Anales, de la Universidad Central del Ecuador. Fue condecorado como Huésped distinguido de la Ciudad de Salamanca, por el Ayuntamiento de Salamanca, en 2019. En 2022, fue el poeta homenajeado por el Encuentro Internacional Poesía en Paralelo Cero, en Ecuador. Publicó, entre otros, los poemarios: En Casa del Ahorcado (1977); Anatomía del Vacío (1988); El fulgor de los desollados (1992); La nada sagrada (1998, 2010); El país de las tinieblas (México, 2008; Perú, 2016); Cuando morí (México, 2012; Ecuador, 2013); Epistemología de la nada (New York 2017). El Festival Internacional Primavera Poética de Lima publicó una antología poética de su obra en 2020. En mayo de 2025 apareció su obra reunida bajo el título Fatiga de materiales, publicado por Editorial Efímera, de Honduras. 

 

 

lunes, septiembre 08, 2025

El discurso deshumanizante simplifica las realidades complejas del mundo

Una menor de 16 años, víctima de reclutamiento forzoso por bandas criminales, fue asesinada en Manta, frente a su colegio, el 3 de spetiembre de 2025. (Foto de redes sociales)   
             

             El humorista argentino Lucas Upstein plantea en su monólogo Ya no se puede decir todo: «Es más fácil ser facho […] porque el progre siempre siente culpa. Siempre busca una explicación de más a las cosas que pasan. Hace poco no podía dormir porque leí una noticia en Twitter que un chico robó una manzana y la gente lo quería linchar […] Y yo estaba en mi cama, angustiado, pensando: si robó una manzana es porque tiene hambre; él no es el victimario, es la víctima. El victimario es un sistema que lleva a un niño a robar esa manzana […] ¡Dos horas hasta que me dormí de la culpa que sentía! Si sos facho te ahorrás un montón de tiempo. ¿Robó? Bala. Listo. Ya está. ¿Mató? Bala. Bala y al rio y este no jode más. El facho duerme mucho más rápido. Apoya la cabeza en la almohada y dice: ¡Ah, mis militares!». A contracorriente del relato que intenta simplificar las inequidades del mundo mediante la deshumanización del rostro del Otro, las realidades sociales y políticas son complejas y su análisis requiere de una visión holística centrada en el ser humano.

            El 3 de septiembre una menor de 16 años fue asesinada en Manta, pero el primer informe de la policía no fue sobre los victimarios, sino sobre la víctima: inmediatamente, la víctima fue presentada como “colaboradora de Los Choneros” y la prensa hegemónica compró el discurso policial y lo reprodujo sin contextualizar ni comentar la información, como si fuera relacionista público de la policía. Hay que entender que, con esta frase, se justifica socialmente el crimen (“algo habrá hecho la angelita”) y también se justifica el desentenderse de la investigación, total, “se están matando entre ellos”. Lo que se olvida en esta compleja realidad es que los menores siempre son víctimas del reclutamiento de las bandas criminales y todo reclutamiento, como en los casos de abuso sexual, es forzoso.

El reclutamiento de menores tiene que ver, principalmente, con la ausencia del Estado, cuestión que se expresa en la ausencia de servicios básicos y la precariedad laboral de los padres, es decir, con la inequidad social que es consecuencia de las políticas económicas neoliberales que vivimos. Justificar el crimen porque la menor asesinada, víctima de reclutamiento forzoso, colaboraba con la banda que la explotaba, es deshumanizar a la menor, normalizar el asunto en términos simples y reducirlo a un problema que, supuestamente, se solucionaría con mayor represión policial y el endurecimiento de las penas. Como sociedad, debería conmovernos las condiciones sociales de iniquidad que facilitan el reclutamiento forzoso de menores por parte de las bandas criminales e indignarnos con los reclutadores y el sistema económico que permite el blanqueo de sus negocios criminales, y no criminalizar, sin entender la complejidad de aquel problema, a quienes son las víctimas de dicho reclutamiento.

            En el plano internacional, la invención de un enemigo es la estrategia de la simplificación para justificar la atrocidad de la guerra imperial. Ya lo hizo el gobierno de Bush para justificar la invasión a Irak el 20 de marzo de 2003 con la mentira que ocasionó los más de 280.000 muertos entre civiles y militares iraquíes y la muerte de 4.400 soldados norteamericanos: “Irak tiene armas de destrucción masiva”. Destrucción y muertes para Irak, pero multimillonarias ganancias para Halliburton, la empresa de la que Dick Cheney, el vicepresidente de Bush, había sido su CEO entre 1995 y 2000, y que se encargó de la “reconstrucción” de Irak y de la posterior explotación de los campos petroleros. Ahora, el enemigo es el narcotráfico asociado con el gobierno de Venezuela, y con esto cualquier violación al derecho internacional pretende ser justificada.


Marco Rubio, el secretario de Estado de Trump, ha dicho que no le importa lo que diga la ONU. Bueno, si no les importa la ONU, entonces cualquier acción militar se justifica solo porque se tiene la fuerza. Lanzarle un misil a una lancha en medio del mar Caribe y luego decir que eran once terroristas que transportaban drogas sin presentar prueba alguna —ni sobre los supuestos narcotraficantes ni sobre la droga que llevaban— es simplificar los motivos para justificar cualquier guerra o acto de piratería como este por el que Trump se siente orgulloso. La guerra parece ser el estado permanente del capitalismo imperial en esta etapa, a tal punto que Trump le ha cambiado el nombre al Departamento de Defensa por el de Departamento de Guerra.

La ONU se hizo para preservar la paz, pero, al parecer, la industria militar necesita hacernos creer que la guerra es una necesidad permanente en la lucha de los buenos —Trump y su grupete global de aduladores— contra los malos —el resto del mundo, empezando por los políticos y autoridades del Partido Demócrata de los EE. UU.; las ciudades que son invadidas por la Guardia Nacional; los académicos norteamericanos críticos del autoritarismo trumpista, a cuyas universidades se les corta el financiamiento; y, por supuesto, los inmigrantes ¡en un país de inmigrantes!, a quienes se ha criminalizado y culpado de todos los males que aquejan a la sociedad norteamericana—.

            Y, finalmente, no: condenar la guerra de exterminio del pueblo palestino de Gaza que lidera Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, no es ser antisemita; es, básicamente, estar en contra de la guerra como solución de los conflictos. El asalto criminal del 7 de octubre de 2023 perpetrado por Hamas que dejó 1.189 israelíes muertos, 7.500 heridos y 251 secuestrados, por supuesto que es execrable y merece castigo. No obstante, es un crimen tan execrable como el de Hamas el estar castigando diariamente, desde entonces, a toda la población palestina, deshumanizándola y acusando a los habitantes de Gaza de terroristas y cómplices para justificar una guerra de exterminio que ya lleva más de 70.000 palestinos muertos, civiles en su casi totalidad, según un estudio del Royal Holloway College, de la Universidad de Londres, incluidos aproximadamente 17.000 niños, según Unicef. Con el pretexto de los ataques de Hamas, Netanyahu ha destruido la posibilidad de dos Estados en un territorio y el anhelo de convivencia en paz entre israelíes y palestinos al condenar a la población de Gaza a la hambruna y el desplazamiento forzoso, y pone a la región al borde de convertirse en la chispa que encienda la Tercera Guerra Mundial.

 

Ruinas en la franja de Gaza. (Imagen: Jack Guez/AFP/Getty Image, de la página web de la Deutsche Welle)

Hoy, la política bélica de Netanyahu está en las antípodas de la ética del filósofo Emmanuel Levinas que, desde su lectura de las fuentes tradicionales del judaísmo —la Torá, el Talmud y otros textos—, propuso como imperativo ético la bondad hacia el prójimo y la búsqueda de un mundo justo para todos, judíos y no judíos. Sostiene Levinas que el prójimo es el Otro y una persona moral cuida del Otro, tiene responsabilidad infinita por el Otro, incluso cuando comete crímenes, sin esperar reciprocidad. El rostro del Otro genera compromiso, de ahí que la deshumanización de los palestinos que lleva a cabo la propaganda de Netanyahu y el complejo industrial militar para aniquilar al pueblo de Gaza sin remordimiento alguno, no solo es inmoral, en el sentido ético de Levinas, sino que, en términos de la Corte Penal Internacional, es un crimen de lesa humanidad, por lo que Netanyahu tiene una orden de arresto.

            La lectura del mundo es un acto complejo que no cabe ni en el discurso de odio que se inyecta por goteo a través del trolerío en X-Twitter, ni en la simplona justificación de la violencia y la guerra mediante la inoculación del miedo en la gente común y la descalificación de todo pensamiento complejo sobre la realidad social bajo el etiquetado facilón de woke y progre. En sus conversaciones con Philippe Nemo, difundidas por Radio Francia Cultura, entre febrero y marzo de 1981, y recogidas en español, en 2000, con el título Ética e infinito, Emmanuel Levinas sostuvo el fundamento de su ética radical en función del reconocimiento del rostro del Otro: «Conoce usted esta frase de Dostoievski: “Todos nosotros somos culpables de todo y de todos ante todos, y yo más que los otros”. No a causa de esta o de aquella culpabilidad efectivamente mía [...] sino porque soy responsable de/con una responsabilidad total, que responde de todos los otros y de todo en los otros, incluida su responsabilidad. El yo tiene siempre una responsabilidad de más que los otros»[1]. En este marco filosófico, la reflexión ética es un imperativo radical, muy difícil y complejo en tiempos de la vocinglería represiva y belicista, pero, por lo mismo, indispensable.



[1] Emmanuel Levinas, Ética e infinito (Madrid: Machado Libros, 2000), 82-83. Consultado también en Analía Giménez Giubbani, «Emmanuel Levinas: humanismo del rostro». Acceso 7 de septiembre de 2025.

 

La foto del post de Donald Trump en su red social: "Me encanta el olor de las deportaciones por la mañana". "Chicago está a punto de descubrir por qué se llama Departamento de Guerra".