José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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sábado, junio 13, 2015

Lágrimas y risas en “La noche de los adioses”



La madre acaba de morir de cáncer; Humberto, el padre, (Julio Medina) ya está senil y repite que él debe ser el único hombre que ha perdido a su mujer en la sala de la casa. Los hijos tienen una memoria familiar que reconstruir y cuentas afectivas que saldar: la solterona Amparo (María León), la ejecutiva Piedad (Jaqueline Osorio) y Carlos que se ha convertido en la trans Dalia (Natalia Ramírez).
            La obra reúne en la primera noche del duelo por la muerte de la madre a los tres hermanos que confrontan sus vidas, sus egoísmos, sus creencias y sus miedos. La tensión del texto dramático está lograda y se expresa mediante diálogos de palabra cotidiana pero cargados de fuerza. Las actrices consiguen, apropiadas debidamente de su personaje, convencer y conmover en el juego escénico que confronta y une a los hermanos.
            El drama es realista y remueve los prejuicios morales de una sociedad que olvida a los viejos, que atrapa al ser humano en la búsqueda de dinero, y que no está dispuesta a aceptar la diferencia. Sin embargo, el humor en dosis adecuadas y oportunas, permite que el tremendo conflicto que se presenta en escena sea llevadero para el espectador. La emocionante actuación, en un papel secundario, de Julio Medina es todo un símbolo: la memoria del teatro colombiano permanece.
            Los hermanos consiguen, bajo la catarsis del duelo, una noche de cercanía espiritual en la que la nostalgia de la infancia compartida, la aceptación de sus vidas adultas y el reconocimiento de sus diferencias logra triunfar por sobre los prejuicios. Pero esa iluminación de los afectos, paradójicamente, se verá oscurecida por la llegada del día y con él, el peso de la realidad social en la que viven. Y, sin embargo, ese último gesto afectuoso de Piedad que queda en el aire, al despedirse de Dalia, es un signo de que la reconciliación y el amor son posibles.
            El cierre de la obra, desarrollado de manera circular, con la vuelta a la primera escena permite resignificar los minutos inciales de la obra y engrandece ese texto corto, profundo y cargado de dramatismo de un Julio Medina que es capaz de entregarnos los matices diferenciados de un final estremecedor en su voz, en su andar, en sus gestos.
La noche de los adioses, escrita por César Luis Morales y dirigida con mano maestra por el cubano Jorge Cao, es una obra teatral que conmueve por el tratamiento humano que hace de los conflictos familiares, por la matización de lo dramático con el humor equilibrado, y por una actuación convincente de sus protagonistas; todo ello, junto con una puesta en escena sencilla y exacta que equilibra el drama realista salpicándolo con elementos poéticos.