José María y Corina lo habían conversado en alguna de su tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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sábado, marzo 19, 2016

“Guadalupe, años sin cuenta”, llega a los 40


Rapsoda Teatro ha remontado "Guadalupe, años sin cuenta".

Patricia Ariza, del grupo de fundadores del Teatro La Candelaria, dijo la noche del pasado lunes 14 de marzo, en medio del Festival de Teatro Alternativo 2016, que anhelaba que “Guadalupe, años sin cuenta” sea una obra cuyo tema, desde muy pronto, perdiera vigencia. Patricia, que fue parte del equipo que investigó y montó la obra en 1975, bajo la dirección de Santiago García, dijo que tiene la esperanza de que la violencia por motivos políticos, de que la persecución y los crímenes de Estado sean, muy pronto, episodios de un pasado que ya no habrá de repetirse.
La obra recrea los años de las guerrillas de los Llanos Orientales de Colombia, lideradas por Guadalupe Salcedo, que, en sus inicios, fueron apoyadas por algunos dirigentes del Partido Liberal. La puesta en escena está armada mediante cuadros de corte cinematográfico que se abren con la reconstrucción del asesinato de Guadalupe Salcedo, a cargo de las fuerzas del Estado. Los cuadros se suceden mostrando a los hacendados y a los campesinos de sus fincas como guerrilleros liberales. En otros momentos, con lenguaje caricaturesco, presentan a los soldados colombianos que participaron en la guerra de Corea y las procesiones religiosas dedicadas al Sagrado Corazón de Jesús, cuadros simbólicos del poder militar y de la Iglesia. Asimismo, vemos a las familias de la oligarquía bogotana en planes conspirativos y alianzas entre conservadores y liberales, que terminaron dejando aislados a los guerrilleros de los Llanos. La obra se cierra con la escena del asesinato de Guadalupe Salcedo, que difiere sustancialmente de la escena de la reconstrucción estatal con la que la obra empieza.
El ambiente cultural de los Llanos Orientales está presente en la obra, mediante los personajes que tocan el arpa y el cuatro y los cánticos populares que son interpretados por los actores en los cambios de escena. Esta presencia de la música y el canto populares  contribuyen a la fluidez de la obra en el tránsito de una escena a la otra. Pero, sobre todo, al recuperar estos elementos, la obra da voz a la tradición del pueblo que se expresa en sus ritmos y cantos.

Escena del montaje original, 1975.
De “Guadalupe, años sin cuenta”, que obtuvo el premio Casa de las Américas, de Cuba, en 1976, se han hecho más de 2.000 representaciones. Santiago García, su primer director, recibió el premio ALBA Cultural en 2011. El éxito de la obra se explica porque, con sencillez y economía de elementos, con una movilidad escénica que mantiene la tensión narrativa, va contando episodios de la vida política de Colombia de la década de los 50, en términos críticos y sin renunciar a problematizar la puesta en escena. Adicionalmente, como toda obra redonda en su composición, la función pedagógica no le es extraña: desde el humor, asistimos a una clase de Historia que es, al mismo tiempo, una realización estética.
Estamos ante un teatro que cultiva la memoria histórica, imbuido en una confrontación ética de las prácticas políticas de los sectores hegemónicos. La obra es una crítica a los poderes oligárquicos, al poder arbitral de los militares en la sociedad, a la alienante influencia de la Iglesia en el cuerpo social y al abismo que separa el espíritu del campesinado y el de las élites de la capital. En definitiva, una obra que se ubica en unos años históricos concretos pero cuyo drama se extiende hasta los días presentes: es como si la violencia política fuera un malestar continuo de la sociedad.
Por todo lo dicho, las palabras de Patricia Ariza, directora de este montaje que está a cargo del colectivo Rapsoda Teatro, cobran relevancia. Guadalupe Salcedo es un espectro que sobrevive en estos años sin cuenta pero que debería quedar anclado en el pasado de los años cincuenta, para que el cese de la violencia se instale al fin en la misma sociedad que produjo la guerra y comience una nueva cuenta de años para la construcción de la paz.

sábado, junio 13, 2015

Lágrimas y risas en “La noche de los adioses”



La madre acaba de morir de cáncer; Humberto, el padre, (Julio Medina) ya está senil y repite que él debe ser el único hombre que ha perdido a su mujer en la sala de la casa. Los hijos tienen una memoria familiar que reconstruir y cuentas afectivas que saldar: la solterona Amparo (María León), la ejecutiva Piedad (Jaqueline Osorio) y Carlos que se ha convertido en la trans Dalia (Natalia Ramírez).
            La obra reúne en la primera noche del duelo por la muerte de la madre a los tres hermanos que confrontan sus vidas, sus egoísmos, sus creencias y sus miedos. La tensión del texto dramático está lograda y se expresa mediante diálogos de palabra cotidiana pero cargados de fuerza. Las actrices consiguen, apropiadas debidamente de su personaje, convencer y conmover en el juego escénico que confronta y une a los hermanos.
            El drama es realista y remueve los prejuicios morales de una sociedad que olvida a los viejos, que atrapa al ser humano en la búsqueda de dinero, y que no está dispuesta a aceptar la diferencia. Sin embargo, el humor en dosis adecuadas y oportunas, permite que el tremendo conflicto que se presenta en escena sea llevadero para el espectador. La emocionante actuación, en un papel secundario, de Julio Medina es todo un símbolo: la memoria del teatro colombiano permanece.
            Los hermanos consiguen, bajo la catarsis del duelo, una noche de cercanía espiritual en la que la nostalgia de la infancia compartida, la aceptación de sus vidas adultas y el reconocimiento de sus diferencias logra triunfar por sobre los prejuicios. Pero esa iluminación de los afectos, paradójicamente, se verá oscurecida por la llegada del día y con él, el peso de la realidad social en la que viven. Y, sin embargo, ese último gesto afectuoso de Piedad que queda en el aire, al despedirse de Dalia, es un signo de que la reconciliación y el amor son posibles.
            El cierre de la obra, desarrollado de manera circular, con la vuelta a la primera escena permite resignificar los minutos inciales de la obra y engrandece ese texto corto, profundo y cargado de dramatismo de un Julio Medina que es capaz de entregarnos los matices diferenciados de un final estremecedor en su voz, en su andar, en sus gestos.
La noche de los adioses, escrita por César Luis Morales y dirigida con mano maestra por el cubano Jorge Cao, es una obra teatral que conmueve por el tratamiento humano que hace de los conflictos familiares, por la matización de lo dramático con el humor equilibrado, y por una actuación convincente de sus protagonistas; todo ello, junto con una puesta en escena sencilla y exacta que equilibra el drama realista salpicándolo con elementos poéticos.

viernes, abril 10, 2015

Labio de liebre: ¿cómo sanar las heridas?


Fabio Rubiano y Ana María Cuéllar en Labio de liebre.

El 5 de marzo pasado, en el Teatro Colón, vi Labio de liebre, de Fabio Rubiano. No me voy a referir a la magnífica puesta en escena de la obra porque no soy crítico teatral pero como espectador puedo decir que salí conmovido después del espectáculo. No solo las actuaciones, cargadas de verdad actoral, sino el ritmo mismo que se mantuvo, durante casi toda la obra, con un humor sarcástico a punto del drama, me permitieron asumir una historia dolorosa sobre la memoria, el perdón y la reparación. El desarrollo de la anécdota de la historia utilizó el contrapunto entre la pesadilla de la realidad y la realidad de la pesadilla. Tal vez ese es el sentido ético y estético que, finalmente, tiene el teatro: representar de manera oportuna lo que la sociedad, en ocasiones, necesita que sea representado para contemplarse a sí misma y pensarse desde un escenario para cambiarse en lo profundo del adentro.
            Pero quiero referirme, sobre todo, al tema profundo de la memoria, que encierra la verdad, el perdón y la reparación y que, en la obra, está planteado de manera estremecedora. Muy oportuno es el asunto teatral para este momento que está viviendo Colombia porque la obra, desde un caso en particular, amplifica la complejidad del drama que han vivido las víctimas de la violencia y de la guerra. Labio de liebre logra un tratamiento ético impecable que reivindica al teatro ya como representación de lo político, ya como disección estética de la conducta humana en situaciones de violencia.
            ¿Cómo sanar las heridas después de tantos años de guerra? ¿Cómo perdonar después de tanta violencia? ¿Cómo lograr la reparación del daño si la inequidad permanece y con ella todo el andamiaje de un sistema que en su estructuración social carece de justicia porque privilegia al capital por sobre el ser humano? Las preguntas están presentes en la puesta en escena de Labio de liebre y las respuestas no están dichas en el escenario porque no existe, como en el catecismo, una respuesta única para cada pregunta. Existe, eso sí, el cuestionamiento para el espectador que está en la silla de la realidad, esa que es confrontada desde la orilla del escenario para convertirla en conciencia de ese espectador.
            Labio de liebre también nos conduce a la realidad del territorio: ese campo lejano de la capital y de las grandes ciudades; ese campo sembrado de violencia cotidiana inimaginable en los escritorios de los hacedores de opinión o en las oficinas de las representaciones diplomáticas; ese campo que es campo minado por el conflicto. Y tal vez por eso, para muchos habitantes de la ciudad, se hace difícil entender la necesidad de poner fin al conflicto armado: ¿cuál es el valor de una gallina, de una vaca, de un perro para el afecto del campesino? ¿cuánto sufren sus dueños cuando aquellos animales son objeto de violencia mortal y gratuita? ¿cuánto terror existe en quienes no saben si ellos o sus hijos verán el sol del día siguiente? Esa realidad de lo local es la que intensifica el drama de los personajes en la obra teatral de Rubiano. Esa presencia del territorio es la que destruye la ilusión del Derecho e inserta el requerimiento de una Justicia en transición, en movimiento permanente frente al horror de lo humano, capaz de poner en equilibrio lo que se requiera en cada momento.
            La complejidad de la verdad, el perdón y la reparación y la necesidad de honrar la memoria es lo que se puso de manifiesto en Labio de liebre. Pero la realidad del conflicto, la urgencia de que la paz sea una cotidianidad en los territorios, y la necesidad de que las causas de la injusticia social —inequidad que termina por generar la violencia y la guerra—, sean abordadas por la sociedad colombiana en su conjunto es un desafío que ya no pertenece a la esfera de la representación teatral sino al imperativo ético que obliga a la ciudadanía a ser parte de la memoria y de la sanación de la heridas.